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miércoles, 11 de noviembre de 2015

HISTORIA Y POESIA. NOTAS A "CRÓNICAS DE MARATÓN Y SALAMINA" DE ANTONIO COLINAS



                    I


   En Maratón los persas miran a los montes.
   En Maratón los griegos miran hacia el mar.
   El persa espera la traición de Atenas.
   El griego aguarda la ayuda de Esparta.
5  El fulgor de un escudo en las murallas                  
   avisará a los persas de que Atenas
   confabula a la espalda de su ejército.
   El plenilunio de aquel mes de agosto
   será para los griegos la señal
10 de que los espartanos ya clausuran                       
   sus fiestas, y en su ayuda se dirigen.

   Pero no se cuidaron los presagios.
   Una de las dos partes no atendió,
   con los preparativos, a sus dioses.
15 La impaciencia produjo en filas persas                   
   una hecatombe de armas y de huesos.
   Grecia, con fe, vio descender un rayo
   del cielo: era Teseo con su lanza
   que arrojaba a los persas a la mar.
20 Entre las islas huyen hacia el Asia,                          
   surcando sangre, las últimas naves.

   Tarde llegó el aviso. Y los de Esparta.
   A Teseo, en Delfos, se alzó un templo
   en agradecimiento por su ayuda.
25 Sin embargo, aquel joven ateniense                         
   lleno de sangre iluminada y fiera,
   de cuyos pies y labios dependía
   la victoria, corrió un día y medio
   veloz, inútilmente, hacia la Muerte.

                   II

   Ya muchos años antes todo el cielo
   y la tierra llenáronse de signos.
   Era oscuro el mensaje del Oráculo,
   pero aún resonaba en las gargantas
5  el gran grito triunfal de Maratón.
   Nunca hubo tal clamor en los navíos,
   aunque apesadumbraba la grandiosa
   expedición de Jerjes, la ansiedad
   del persa ante el invierno interminable.
                    
10 Y un día Grecia vio que todo el mar
   lo ocultaban las naves: un gran bosque
   de mástiles nublaba el horizonte.
   Una marea de armas y de remos
   iba y venía sobre Salamina.
15 Pero, una vez más, se había encarnado
   la astucia de los griegos en un jefe.
   Una vez más los dioses ya tenían
   inclinado hasta el fiel de la balanza.
   La estratagema dividió la armada.
20 El viento de levante hizo el resto:
   el mar arrinconó contra las rocas
   de Eleusis los cascos de las naves
   enemigas. Y nada ya servía
   la ciencia de fenicios y de egipcios
25 al servicio del inexperto persa.

   Aunque éste en Atenas penetrase
   más tarde y la arrasara con su fuego,
   fue Salamina otra Maratón.
   Esquilo lo vio todo con sus ojos
30 y en dos versos resumió la Historia:
   ¿Atenas, la ciudad, es arrasada?
   ¡Sus hombres han quedado, Atenas dura!



El poeta leonés Antonio Colinas. Foto: Leonoticias
Como puede verse, Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) divide el poema (que forma parte del libro Astrolabio) en dos partes. La primera es dedicada a la batalla de Maratón; la segunda a la de Salamina. Ambas batallas son recreadas líricamente (siempre en endecasílabos, salvo el par de versos de apertura) conjugando historia y mito.

PRIMERA PARTE

En la extensa y fértil llanura de Maratón (ciudad de la costa nororiental del Ática, cercana a Atenas) tuvo lugar en el año 490 a.C. el primero de los enfrentamientos bélicos entre griegos y persas (guerras médicas). Hacía un año que los persas venían construyendo una gran flota con el fin de transportar a Grecia su arma más temible: la caballería. Pese a lo que en un principio pudiera pensarse, no parece que la ofensiva persa tuviera tanto de carácter de conquista como de maniobra de castigo, teniendo en cuenta la elección de la zona de desembarco. Es probable que todo respondiera a una estrategia de distracción para que los hoplitas griegos acudieran a Maratón dejando desprotegida la ciudad de Atenas. Sea como fuere, lo cierto es que la victoria griega resultó más política y moral que real, ya que los persas consiguieron dos de sus tres objetivos de partida: las Cícladas y Eretria. La batalla de Maratón, eso sí, sirvió para afianzar la supremacía de Atenas sobre Esparta y la Liga Peloponesia, reforzar el sistema democrático instaurado por Clístenes y conformar un cierto “orgullo patriótico” en torno de un mito bélico que iba a quedar grabado para siempre en la memoria colectiva del pueblo griego.
Este espacio político y geoestratégico es magistralmente condensado y recreado por Colinas en la primera estrofa mediante rítmicas estructuras paralelísticas (vss. 1-11). Son curiosamente los dos tridecasílabos compuestos iniciales los que bosquejan el enclave geográfico de la batalla y los que anticipan, a su vez, en el plano semántico, las principales claves estratégicas que, a continuación, en dicha estrofa, van a ser ampliadas; por otro lado, estos dos versos avanzan también en el plano formal el ritmo y el desarrollo paralelístico que caracteriza la primera parte del poema. No nos ocuparemos aquí del ritmo del texto de Colinas, pero sí de su trasfondo referencial (trasfondo histórico-mítico), con el propósito de hacerlo más comprensible.
¿Por qué, primeramente, los persas miran a los montes y los griegos miran hacia el mar? El autor nos da la respuesta en los siguientes versos, que integran la primera estrofa: Porque el persa espera la traición de Atenas y el griego aguarda la ayuda de Esparta. Estos versos dan pie a un breve pero conveniente comentario histórico. La situación geopolítica griega se encontraba lejos de alcanzar por aquel entonces una hipotética unidad. Por encima del sentimiento griego estaba el reconocerse antes como ateniense, tebano o lacedemonio. De manera que, ante la amenaza persa, no todas las ciudades-Estado griegas reaccionaron de la misma forma, sino siempre de acuerdo con sus intereses políticos. Así, Egina, no debía de ver con malos ojos una posible victoria persa que supusiera la liquidación de Atenas, sempiterno rival, como tampoco Argos le hubiera hecho ascos a la supremacía persa de haber esta apeado a Esparta del dominio sobre el Peloponeso. Porque fueron Atenas, Esparta y Platea las únicas ciudades que se opusieron claramente a la injerencia aqueménida, llegando incluso las dos primeras a asesinar a los emisarios del Imperio. El resto de las ciudades del continente o bien aceptó el dominio persa o bien se mantuvo en silencio, con lo que en definitiva también se acataba el dominio extranjero.
Tales desuniones y desavenencias griegas fueron aprovechadas por los persas, quienes, conociendo aquel panorama, pronto desplegaron una astuta política de compra de lealtades. De ahí que Colinas hable de “la traición de Atenas”, pues parte de la aristocracia ateniense constituía una verdadera quinta columna persa, al igual que otras ciudades-Estado, y el ejército persa confiaba su victoria en Maratón a la colaboración de ese poderoso sector filo-persa ateniense.
Por otro lado leemos en el poema de Colinas que El plenilunio de aquel mes de agosto/ será para los griegos la señal/ de que los espartanos ya clausuran/ sus fiestas, y en su ayudan se dirigen. Efectivamente, los espartanos se encontraban por aquellas fechas celebrando las Carneas, “fiesta relacionada con la cosecha y consagrada a Apolo, que impedía hasta su conclusión su disponibilidad para el combate”,[i] y, en consecuencia, no podían acudir en ayuda de Atenas hasta la llegada de la luna llena, signo que marcaba el final de las celebraciones.
Las circunstancias, entonces, parecían favorecer al ejército persa, pero no se cuidaron los presagios./ Una de las dos partes no atendió,/ con los preparativos, a sus dioses.
Y no descuidaron solamente los persas los requerimientos divinos, también los tácticos. Fue sin duda alguna la precipitación del ejército aqueménida la razón de su derrota en el terreno pantanoso de Maratón. Nos dice Colinas a este respecto: La impaciencia produjo en filas persas/ una hecatombe de armas y de huesos. La decisión de los generales persas, Datis y Artafernes, de presentar batalla a los hoplitas griegos en la llanura de Maratón, lugar que creían ideal para el perfecto despliegue de su poderosa caballería, resultó desastrosa. La infantería griega, muy inferior en número con respecto al bando persa (10,000 efectivos frente a 30,000) y bastante pesada en sus movimientos, tuvo en Milcíades al astuto estratega que, conociendo al oponente, ordenó atacar primero y supo plantear el combate de modo que la ventaja persa no pudiera hacerse efectiva. El terreno pantanoso dificultó enormemente el desarrollo de las maniobras de la caballería persa. Además, aquel campo no resultó ser lo suficientemente amplio como para permitir a los persas moverse con la rapidez acostumbrada y, por si hubiera sido poco, las alas griegas estaban firmemente asentadas en las cercanas estribaciones montañosas. El ejército griego atacó con dureza, cuerpo a cuerpo, y este modo de lucha no convino tampoco a los intereses persas, que vieron cómo el adversario, bien protegido y pertrechado, junto con el terreno, hacía ineficaces sus principales bazas: la caballería y los arqueros. Todas las circunstancias, en definitiva, rebajaron considerablemente la eficacia de los efectivos persas, una vez que estos dejaron pasar la ocasión de romper el frente griego por el centro, su parte más débil.
Como ya dijimos, la victoria griega en Maratón sirvió sobre todo para unificar el mundo griego y consolidar la democracia; fue rápidamente mitificada, quedando grabada con firmeza en la memoria colectiva. Esta mitificación de la victoria de Maratón se realiza no solo elevando a mito el suceso histórico, sino también incorporando al suceso histórico sucesos míticos concretos. Así historia y mito se confunden y, de esa forma, inseparablemente unidos, nos aparecen en el poema de Colinas: Grecia, con fe, vio descender un rayo/ del cielo: era Teseo con su lanza/ que arrojaba a los persas a la mar. Parte de las palabras que Pierre Grimal dedicó a Teseo en su diccionario de mitología nos sirve para explicar estos versos:

Cuando se desarrolló la batalla de Maratón contra los persas, los soldados atenienses vieron combatir al frente de ellos un héroe de talla prodigiosa, y comprendieron que era Teseo.[ii]

De nuevo, en los versos 23 y 24 del poema de Colinas leemos: A Teseo, en Delfos, se alzó un templo/ en agradecimiento por su ayuda. Y Pierre Grimal vuelve a servirnos para aclararlos:

Después de las guerras médicas, el oráculo de Delfos mandó a los de Atenas que recogiesen las cenizas de Teseo y les diesen una sepultura honrosa en la ciudad. Cimón cumplió la orden de la Pitia. Conquistó la isla de Esciros y vio en ella un águila que, posada en un cerro, escarbaba la tierra con las garras. Cimón, inspirado por el cielo, comprendió el significado del prodigio. Excavando la loma, encontró un ataúd que encerraba a un héroe de enorme talla, con una lanza y una espada de bronce. Cimón se llevó estas reliquias en su trirreme, y los atenienses recibieron los restos de su héroe con fiestas magníficas. Le dieron digna sepultura cerca del lugar donde más tarde se levantaría el gimnasio de Ptolomeo. Esta tumba pasó a ser el asilo de los esclavos fugitivos y los pobres perseguidos por los ricos, ya que en vida, Teseo había sido el campeón de la democracia.[iii]

En los últimos versos de esta primera parte del poema Colinas hace referencia a otro suceso legendario de Maratón: Sin embargo, aquel joven ateniense/ lleno de sangre iluminada y fiera,/ de cuyos pies y labios dependía/ la victoria, corrió un día y medio/ veloz, inútilmente, hacia la Muerte. Al término de la batalla, Milcíades, sabiendo que los persas se dirigirían en su retirada hacia Atenas, decidió avisar a esta ciudad lo más rápido posible. Para ello, siempre según la leyenda, envió a su soldado más veloz, Filípides, quien debía acudir corriendo a Atenas desde el campo de Maratón, completando una distancia de 42 km. Filípides lo hizo. Tras llegar a la ciudad exclamó: “¡hemos vencido!”, e inmediatamente cayó muerto.
El ejército persa, o lo que de él quedaba, que aun así todavía era numéricamente muy superior a su adversario, no tuvo más remedio que retirarse en total desbandada, ante el doble envolvimiento que las alas griegas habían establecido. La mayoría de los persas lo hizo echándose a la mar con el fin de alcanzar sus barcos y darse a la fuga en ellos (Entre las islas huyen hacia el Asia,/ surcando sangre, las últimas naves.). Los griegos los persiguieron en su huida y lograron al final capturar siete de sus naves. No hace referencia el poema a aquellos persas que, ignorando las características de la zona, habrían huido por el valle, en lugar de hacerlo hacia la costa, y se habrían ahogado en los pantanos próximos al lugar de la batalla. Según Heródoto, fueron 6,400 los cuerpos persas contabilizados en el campo de combate. Por su lado, los atenienses habrían perdido 192 hombres y 11 los platenses.[iv]
De poco sirvió que al día siguiente las tropas espartanas hicieran acto de presencia, cubriendo al parecer 220 km en solo tres días (Tarde llegó el aviso. Y los de Esparta). La batalla había sido ganada ya sin ellos.

SEGUNDA PARTE

Fueron diez los años que transcurrieron entre la batalla de Maratón y la de Salamina. Diez años en los que ambos pueblos, griegos y persas, reforzaron sus recursos bélicos. La gran victoria de Maratón, como escribe Colinas, aún resonaba en las gargantas de los griegos, tanto que de hecho les llevó a rodearse de un cierto exceso de confianza en sí mismos, pero Temístocles supo vender a la democracia su razón y su enorme pragmatismo estratégico pese a que el Oráculo de Delfos, santo lugar consagrado al dios Apolo, aconsejaba someterse al Imperio persa (Era oscuro el mensaje del oráculo,...). Temístocles convenció a sus compatriotas atenienses de que era necesario dotarse de una gran flota, a fin de protegerse ante el inminente ataque aqueménida que se avecinaba, y de que, para conseguirlo, resultaba indispensable que aquellos ingresos percibidos gracias a las minas de Plata del monte Laurión se destinaran íntegramente a la construcción, instrucción y entrenamiento de dicha flota, en lugar de a otros menesteres públicos. De ese modo, Atenas llegó a contar con una marina bien nutrida y firmemente organizada, que le iba a proporcionar capacidad defensiva frente al invasor y superioridad efectiva en el mediterráneo sobre otros pueblos griegos como Egina. Además, llegado el momento, Temístocles tomó otra decisión que iba a resultar de vital importancia en el desarrollo de los acontecimientos; decisión que le honraría para siempre, no solo como brillante estratega, sino también como gran conocedor del alma ateniense. Temístocles era consciente de que la ofensiva persa tendría como objetivo la ciudad de Atenas y de que si sus ciudadanos no eran trasladados inmediatamente a otro emplazamiento más seguro estos iban a ser masacrados. Así, antes de la llegada de los persas, los atenienses fueron  puestos a salvo en las islas de Egina y Salamina. De nuevo Temístocles había sabido doblegar las reticencias de su gente. A tal propósito, además de ayudarse en la razón, esta vez se había servido de aquello que estaba más hondamente arraigado en la conciencia de su pueblo: los dioses. Arguyó que tanto el Oráculo de Delfos como la diosa Atenea, protectora de la ciudad, habían señalado el camino a seguir y ese camino no era otro que el abandono de Atenas por mar.
Mientras, el Imperio persa, bajo el reinado de Jerjes, ultimaba la construcción de un ejército cuyos efectivos, según Heródoto, alcanzaban la increíble cifra de cinco millones doscientos ochenta y tres mil doscientos hombres y mil doscientos siete navíos. Según los historiadores modernos, estos números son mucho más que exagerados; al parecer, entre fuerzas terrestres y navales los efectivos persas podrían haber rondado los cuatrocientos mil hombres, cifra desde luego más razonable.
Cuestiones numéricas aparte, lo cierto es que el ejército multiétnico persa abrumaba por su contingente (lo integraban cuarenta y seis naciones, nada menos). La Liga Helénica o de Corinto se había encargado de mandar espías a Sardes para estar al tanto de los preparativos persas, con lo que es seguro que rápidamente se difundieron entre los griegos las noticias relativas a aquel tremendo ejército cuya ofensiva era inminente. Fue en el año 480 a.C., cuando la armada de Jerjes partió rumbo a Europa: ...aunque apesadumbraba la grandiosa/ expedición de Jerjes, la ansiedad/ del persa ante el invierno interminable.  En efecto, otra vez la precipitación del ejército persa, que temía la llegada del invierno, le llevó a tomar la decisión inadecuada y morder así el anzuelo que Temístocles le había tendido. La batalla se libraría en la estrecha bahía de Salamina, justo donde el estratega ateniense deseaba: Y un día Grecia vio que todo el mar/ lo ocultaban las naves: un gran bosque/ de mástiles nublaba el horizonte./ Una marea de armas y de remos/ iba y venía sobre Salamina. Había tenido que imponer este arriesgado plan por encima de otras estrategias aliadas, amenazando con la retirada de Atenas de la lucha: Pero, una vez más, se había encarnado/ la astucia de los griegos en un jefe. El plan de Temístocles, otro Milcíades, daría resultado: La estratagema dividió la armada./ El viento de levante hizo el resto:/ el mar arrinconó contra las rocas/ de Eleusis los cascos de las naves/ enemigas. Y nada ya servía/ la ciencia de fenicios y de egipcios/ al servicio del inexperto persa. Atraída la escuadra persa hacia el estrecho, las naves griegas, pequeñas, pero ligeras y rápidas, fueron cercándola cada vez más estrechamente. La inteligente maniobra dejó a las naves persas, mucho más lentas que las griegas, sin capacidad de respuesta, pues se veían obligadas a combatir de uno en uno al adversario, estorbándose unas a otras. Jerjes pudo contemplar la catástrofe de su marina desde el monte Egáleo donde se encontraba cómodamente instalado. De nuevo los griegos, a fuerza de ingenio y destreza, les habían derrotado. Según Diodoro de Sicilia los persas perdieron en el combate más de doscientas naves. Como escribe Colinas, de nada sirvió la ciencia bélica (la mayoría de los navíos era de procedencia fenicia y griego-asiática) que  el Imperio aqueménida había absorbido de fenicios y egipcios. La precipitación y la incompetencia fueron en última instancia las principales causas de su derrota, unidas a la clamorosa falta de anticipación a los posibles movimientos del enemigo.
Ya la ciudad de Atenas, con anterioridad a la batalla de Salamina, había sido invadida por los persas: “Los persas ocuparon la Acrópolis, saquearon y quemaron los templos y mataron a los suplicantes”;[v] solo que, como ya comentamos, para entonces la ciudad se había evacuado gracias a la previsión de Temístocles, y así los estragos de dicha invasión fueron menores. Sin embargo, más tarde, después de Salamina, Mardonio, consejero del rey Jerjes, que tras la derrota y el regreso a Asia de este había quedado en Tesalia al mando de unas tropas de élite, saqueó e incendió de nuevo Atenas antes de volver a Beocia. Mardonio había intentado persuadir a los atenienses (refugiados aún en Salamina) a través de Alejandro de Macedonia de que renunciaran a su independencia y se sometieran al Imperio a cambio de mantener su autonomía y ver reconstruidos sus templos. Pero un nuevo sentimiento había nacido entre los atenienses, el de la “grecidad”, el de la identidad común, y este sentimiento, que era en definitiva el de mantener por encima de todo su libertad, les llevó a no aceptar la propuesta persa. De ahí que Mardonio decidiera volver a quemar Atenas: Aunque éste en Atenas penetrase/ más tarde y la arrasara con su fuego...

Por último, para concluir estas notas históricas al poema de Colinas, un par de palabras sobre los versos que cierran la composición: Esquilo lo vio todo con sus ojos/ y en dos versos resumió la Historia:/ “¿Atenas, la ciudad, es arrasada?/ ¡Sus hombres han quedado, Atenas dura!”
El poeta trágico griego Esquilo (525 - 456 a.C.), según sabemos, combatió en Maratón y Salamina. Perteneció, pues, a esa generación de griegos que luchó contra los persas en defensa de su libertad como pueblo. El haber peleado en aquella mítica batalla debió de enorgullecer para siempre el alma de Esquilo, a juzgar por cómo él mismo quiso ser recordado a través de su epitafio.[vi] Son siete las tragedias suyas que nos han llegado. En una de ellas, Los persas (472 a.C.), el poeta habla del alto precio que el rey Jerjes tuvo que pagar por la osadía de lanzar sus ejércitos contra la Hélade. Pues bien, lo que Colinas hace al final del poema es parafrasear unos versos de esa obra (los vss. 348-349), los cuales se refieren al saqueo y al incendio de Atenas a manos de los persas mientras su población, verdadera esencia, cultura y carácter de la ciudad, se halla a salvo en Salamina.


[i]  Joaquín Gómez Pantoja (dir.), Historia Antigua: Grecia y Roma, Barcelona, Ariel, 2005, p. 179.

[ii] Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Paidós, 2008, p. 510.

[iii] Ibíd., p. 510.

[iv] Es Heródoto, historiador y geógrafo griego (484-425 a.C.), la principal fuente histórica de la batalla de Maratón, pese a que nació años después de tal acontecimiento. Da cuenta de aquel encuentro bélico en su libro VI, párrafos 102-117.

[v]  Joaquín Gómez Pantoja (dir.), Historia Antigua: Grecia y Roma, cit., p. 181.


[vi] Αἰσχύλον Εὐφορίωνος Ἀθηναῖον τόδε κεύθει
      μνῆμα καταφθίμενον πυροφόροιο Γέλας·
      ἀλκὴν δ’ εὐδόκιμον Μαραθώνιον ἄλσος ἂν εἴποι
      καὶ βαρυχαιτήεις Μῆδος ἐπιστάμενος.



     “Esta tumba esconde el polvo de Esquilo,
     hijo de Euforio y orgullo de la fértil Gela.
     De su valor Maratón fue testigo,
     y los Medos de larga cabellera, que tuvieron demasiado de él.”