Los caminos no se hicieron solos
Pablo Milanés
En su poema más universalmente conocido, “The
road not taken” (El camino no elegido), Robert Frost ofrece una respuesta a la
paradoja de la bifurcación: entre las dos posibilidades que el viajero tiene
ante sí, este acaba eligiendo la que aún está por hacer:
Dos
caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
yo
tomé el menos transitado,
y
eso hizo toda la diferencia.
El viajero del poema de Frost se decanta por el
camino angosto, tupido y falto de uso, por la senda incierta. Su elección es
una apuesta ética, la más arriesgada, que en el oficio lírico supone desbrozar
y renovar olvidadas tradiciones, o directamente abrir nuevos cauces estéticos,
y que en el oficio más difícil, el de vivir, revela la audacia de conocer y
conocerse, la humana temeridad de cambiar el mundo a medida que se va haciendo.
Robert Frost. Foto: Getty Tomado de:Jot Down. Contemporary Culture Mag |
En la lengua asturiana hay una hermosa voz que
sirve para denominar todo aquel camino estrecho, malo, sucio y pedregoso; es
decir, todo aquel sendero de aldea o de monte que nos es siempre de difícil
tránsito: “caleya”. Para el viajero, la caleya es como la senda no transitada
del poema de Robert Frost: un destino apenas esbozado, el pálido y dudoso vestigio de una huella.
Somos arrojados a la vida. Vivir, como pensaba
Kierkegaard, es un encadenamiento de duda y decisión. Cuando el camino se
bifurca, estamos siempre solos: hemos de elegir, y semejante cadena no tiene
tregua. Una elección conduce a otra, y esta a la siguiente, de forma implacable
y sucesiva. Y si el camino desaparece, nuestra es también la decisión: volver
sobre nuestros pasos o retomar la tarea desde el punto en el que los que nos
antecedieron la dejaron.
Los caminos no se hicieron solos. Cada quien
hace su parte. Un hombre en solitario puede explorar, descubrir nuevas direcciones;
puede orientar al resto y señalar la vía que debe seguirse en el futuro, pero
únicamente la colaboración y el compromiso de los que le sucedan impedirán que
el nuevo camino acabe desvaneciéndose. No hay camino, pues, sin entendimiento y
comprensión, sin camaradería.
La caleya nos pone a prueba. Un túmulo de
piedras, coronado por una cruz, a la vera de un abrupto y peligroso paso de
montaña, puede parecernos, a primera vista, una aglomeración sin diferencia,
una masa abigarrada que conmemora, quizás, un triste suceso. Si alguien nos
preguntara por el número aproximado de piedras que pudiera haber allí, probablemente
no encontraríamos sentido a la pregunta ni perderíamos el tiempo en cuentas.
Pero si, a continuación, ese alguien nos dice que cada una de esas piedras representa
la muerte de un montañero intentando atravesar el paso que nosotros afrontamos,
nuestra mirada cambiará radicalmente. Las piedras dejarán de ser simples partes
indiferenciadas de un todo; serán, en ese instante, unidades en sí mismas, resignificadas
y singularizadas, cobrando total pertinencia la pregunta anterior. Eso mismo
ocurre con el camino. Los nombres se olvidan, pero los pasos siguen ahí,
esperándonos. El camino, como el lenguaje, es de todos y de nadie en
particular. Como el lenguaje, nos pone a prueba y ante nosotros mismos, ante la
aventura de hacernos mediante nuestras decisiones.
Por supuesto, lo más valioso del camino es el
hallazgo del otro, el diálogo con lo diverso, el apoyo mutuo, la comprensión.
Si, con suerte, llegamos al final de nuestro viaje, todos los nombres serán
entonces recordados.
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