Desde finales de los sesenta hasta mediados de los ochenta (más o menos, hablo de memoria), mantuvo en circulación la editorial Plaza & Janés sus "Selecciones de Poesía Española", que junto con su colección hermana, de poesía universal, es recordada hoy como una de las más entrañables de entonces. Entre sus numerosas antologías, sencilla y bellamente editadas (tamaño bolsillo, pasta dura y portadas originales), tengo ahora entre mis manos la dedicada, coincidiendo con el decimocuarto aniversario de su muerte, a Leopoldo Panero (Astorga, 1909-Castrillo de las Piedras, 1962), el patriarca de la estirpe tan cinematográficamente retratada por Jaime Chávarri en El desencanto. Hermano del también poeta Juan Panero, muerto en accidente de tráfico durante la Guerra Civil, amigo de Luis Rosales (el más íntimo), Luis Felipe Vivanco o Gerardo Diego, antes de afiliarse a la Falange (no sé si por convicción o para evitar futuros problemas), tuvo una época de fervor republicano (llegó a ser detenido, por cierto, acusado de estar al servicio del Socorro Rojo) y, como curiosidad, mantuvo refugiado en su casa al mismísimo César Vallejo, al que dedicó un poema memorable. Publicó en Caballo verde para la poesía, revista de Pablo Neruda, a quien, como contrapunto del Canto general de este, responde Panero con su Canto Personal. Pasó una temporada en Inglaterra, donde asumió tanto el idioma como el legado de sus mejores líricos, no en vano llegaría a realizar traducciones estimables. Algunas de sus obras: La estancia vacía (1944), Versos al Guadarrama (1945), Escrito a cada instante (1949), premio Fastenhrat de la Real Academia Española, y el citado Canto personal (1953), Premio Nacional de Poesía. Es un poeta algo cubierto de polvo, a quien le pesa la condición de arraigado, es decir, de haber sido complaciente con la realidad que le tocó en gracia, de enfundarse en el cómodo batín de Dios, la patria, la familia y la intimidad del hogar. Pero, como dice otro leonés, Andrés Trapiello (Las armas y las letras: literatura y guerra civil), más allá de esta sombra (sombra, claro, vista desde la óptica del desarraigo y, luego, del compromiso), dejó escritos algunos de los poemas más hermosos de aquellos grises y duros años. Y yo dejo aquí, en esta primera ojeada indiscreta, uno de ellos:
CANCIÓN DE LA BELLEZA MEJOR
¿Tan alegre estás tú, que te has quedado,
corazón, sin palabras?
¿Ya no sabes decir? ¿Hablar no sabes
como ayer? ¿Estás mudo
para siempre y en paz? ¿No ves lo ojos
más dulces cada día que cantaste;
la frente un poco triste, levantada
pálidamente hacia el cabello leve;
la cabeza de niña...?
¿No es mejor y más honda su belleza?
¿Tan alegre estás tú, que te has quedado
ciego como al andar sobre la nieve?
¿No ves ya su hermosura? ¿No la sabes
decir? ¿Estás callado
para mejor soñar lo que has vivido?
¿No queda primavera entre tus huesos?
¡Oh vida retirada en lo más dulce!
¡Oh límite en penumbra, casi el alma!
CANCIÓN DE LA BELLEZA MEJOR
¿Tan alegre estás tú, que te has quedado,
corazón, sin palabras?
¿Ya no sabes decir? ¿Hablar no sabes
como ayer? ¿Estás mudo
para siempre y en paz? ¿No ves lo ojos
más dulces cada día que cantaste;
la frente un poco triste, levantada
pálidamente hacia el cabello leve;
la cabeza de niña...?
¿No es mejor y más honda su belleza?
¿Tan alegre estás tú, que te has quedado
ciego como al andar sobre la nieve?
¿No ves ya su hermosura? ¿No la sabes
decir? ¿Estás callado
para mejor soñar lo que has vivido?
¿No queda primavera entre tus huesos?
¡Oh vida retirada en lo más dulce!
¡Oh límite en penumbra, casi el alma!
De Escrito a cada instante (1949)
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