Decía Bukowski
que para vivir demasiado hace falta algo más que tiempo. Probablemente pueda
decirse también que hace falta algo más que tiempo para darse a sí mismo un
estilo propio. En Impón tu suerte (Círculo de Tiza, 2018), doy con un
texto titulado “Los escritores de antes (Bolaño en Blanes, 1996-1999)”. En él
Vila-Matas sitúa a Roberto Bolaño como paradigma del escritor que va hacia el
fondo, hundiéndose hasta el cuello, sin reservas, dedicado en silencio durante
años a su arte, marginado, desconocido; que va acumulando poco a poco, palabra por
palabra, una voz de tal potencia y verdad que, llegado un punto, no cabe ser durante
más tiempo ignorada. Bolaño era un estilo, desde luego. Robert Walser, Georges
Perec, Francisco Umbral eran un estilo, sin duda. Vila-Matas es un estilo. Y de
los mejores, creo.
Lo primero que
uno debe hacer con En un lugar solitario es leer su generoso prólogo.
Allí se narra la génesis del escritor: en la trastienda de un colmado militar
de Melilla, alguien, un joven decidido en un principio a hacer cine, quema la vastedad
de sus horas escribiendo en una Olivetti Lettera, yendo hacia el fondo de sí
mismo, hundiéndose hasta el cuello, entre la intuición y la euforia. Esta
primera prosa larga de Enrique Vila-Matas, vanguardista, se llamará así, En
un lugar solitario, y no esconderá su deuda con Una meditación de
Juan Benet.
Junto a la
extraña En un lugar solitario el lector encontrará las novelas breves La
asesina ilustrada, Al sur de los párpados e Impostura, además
de los relatos de Nunca voy al cine. Aunque asistimos al comienzo de
todo, es decir, al comienzo de la búsqueda de un estilo, todo sin embargo está
ya aquí en sustancia: la forma y los temas.
Sobre su literatura, escribía Vila-Matas hace relativamente poco: “No me dedico a la no ficción, ni al realismo negro ni sucio, ni a la maldita autoficción; el espacio en el que siempre me moví es simplemente el de la ficción, sin más.” (Impón tu suerte, p. 9). Estando de acuerdo, tampoco me resisto a copiar aquí el comienzo de Al sur de los párpados:
¿Dije ya que me resulta
dramático ver cómo se repiten ciertos temas de pesadilla y que, en muchas
ocasiones, soy capaz de preparar un primer borrador, al que siguen versiones en
las que cambio detalles, pulo el argumento, introduzco alguna nueva situación,
encubro la forma autobiográfica, y, a pesar de ello, relato cada vez una
versión de la misma pesadilla que es, en definitiva, la aventura de mi
destrucción? Soy yo mismo la materia de mis libros, y estos surgen de mis
sueños. Sueño siempre despierto. Intuyo una serie de imágenes visuales que
vienen acompañadas de palabras que las manifiestan. (p. 191)
Ficción
aparte, el fragmento bien pudiera asimilarse a la crónica de una poética
anunciada, si se me permite el juego. Como si el autor que más o menos acaba de
nacer presintiera ya el universo entero del autor que será en adelante. La
destrucción del autor o, mejor dicho, su desaparición, es el gran tema de la
literatura de Enrique Vila-Matas. Su estilo, la recurrencia. Recurrencia de
motivos y secuencias “que regresan y se combinan” (así precisamente se define
la estructura de la prosa de Juan Herrera, personaje de La asesina ilustrada),
conformando una malla asociativa en la que los distintos elementos dialogan unos
con otros. Como en la poesía, el lector aguarda ese rítmico retorno, la
reescritura del palimpsesto. Verá el lector que este tema de la desaparición recorre
ya los textos primerizos de Vila-Matas, junto con otras preocupaciones que en él
siguen siendo insoslayables: el desdoblamiento del sujeto, el cuestionamiento
de la identidad, la imposibilidad de la escritura, la ruptura de los límites de
la ficción, la literatura en sí.
Fuente: Telva |
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