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domingo, 3 de agosto de 2014

BALADAS PERDIDAS: LOS POEMAS DE PÍO BAROJA

Lo que más me gusta de Baroja es lo mismo que me gusta de Hemingway o Céline: es tan bueno que hasta sus carencias se convierten en virtudes. Se ha dicho siempre: un escritor empieza a madurar cuando toma conciencia de sus defectos. Pero sólo los buenos de verdad estudian esos defectos y los transforman en su marca de fábrica, en su sello personal, inconfundible. Esto, a mi modo de ver, no es cuestión tanto de genialidad como de carácter. Carácter y, por supuesto, trabajo; mucho trabajo. Aparte de los ya citados al comienzo de estas líneas, me viene ahora a la cabeza el nombre de Pedro Juan Gutiérrez, narrador (y poeta) cubano cuya prosa mordiente es creada a partir de una estética que podría llamarse "del descuido". Gutiérrez, como los Baroja, Hemingway o Céline, goza de esa sublime habilidad de la que hablo.

Pero centrémonos en Baroja. Yo había oído o leído, no sé dónde, que el vasco universal había compuesto en su madurez algunos poemas. Nunca me preocupé de saber más al respecto, temeroso de que tales poemas no fueran a estar a la altura de su prosa (siendo como era él un narrador puro), hasta que una tarde del otoño pasado, lluviosa, entré en una librería de viejo (con más de cementerio que de librería) y, rebuscando, extraje de entre una escombrera de fósiles eclesiásticos de la B.A.C estas Canciones del suburbio que ahora, mientras tecleo, tengo a mi lado, sobre la mesa.

Canciones del suburbio. ¿Y esto?, pensé. Cuál fue mi sorpresa al abrir el libro al azar y descubrir que se trataba de los poemas barojianos de los que un día había tenido noticia. ¡Magnífico! Apoquiné los cuatro ridículos euros que costaba la bonita edición y entré en un bar próximo, ávido por hincarle el diente, entre sorbo y sorbo de café con leche.

Pasados los meses, pasada también aquella febril lectura en la cafetería, mientras la lluvia arreciaba en los cristales, hoy me decido a escribir sobre los poemas de Baroja, más por devoción incondicional al genial novelista que por la calidad de los propios poemas; más por fetichismo de bibliófilo que por afán justiciero. Que nadie piense que voy a desempolvar una joya caída en el olvido, porque en este caso el olvido es perfectamente comprensible.

Al propio Baroja no se le escapaba la fortuna que habrían de tener sus poemas: "Me parecen todos ellos decadentes y, al mismo tiempo, defectuosos, productos de vejez y de neurastenia", dice el autor en la "explicación" que antecede a los textos. Baroja tenía entre 67 y 68 años cuando, durante su breve exilio en París, se le ocurrió la idea de escribir (dictar a una mecanógrafa, mejor dicho) una novela por entregas que él mismo quería ocuparse de ilustrar con una serie de estampas "toscas, como de aleluyas infantiles", y en la que también pretendía intercalar algunos romances. Este es el germen del libro. A Baroja le produce "cierta alegría" la "extravagancia" del proyecto y, aunque sabe que será muy difícil publicarlo, se decide a llevarlo a cabo, pero "en secreto, como si fuera una vergüenza". Pronto abandona la idea de las estampas infantiles, descontento ante su falta de pericia en el dibujo. Más tarde, ya en Bayona, conoce a una nueva mecanógrafa, de Bilbao, a la que, tras contratarla, le dictaría "algunas impresiones de París y distintos romances". Sin embargo, se justifica Baroja, un tanto cínicamente, "el tiempo no estaba para esto". Deja Bayona, dejando allí también, "en casa de una familia casi desconocida", los papeles recién dictados. El escritor se marcha convencido de que los poemas acabarán perdiéndose (lo que, al parecer, tampoco le disgusta mucho) y de que, en consecuencia, no tendrá que volver a ocuparse de ellos. Pero, pasado un tiempo, los poemas retornan a Baroja, "como perros fieles al amo", y luego de releerlos sigue sin estar seguro de que merezca la pena el publicarlos, ni siquiera para "un corto número de amigos". Pese a todo, los poemas ven finalmente la luz gracias a la editorial Biblioteca Nueva, en 1944. Baroja nos informa de que se publicaron tal cual, sin corregir, por culpa de su incapacidad para mejorarlos sin hacerles perder "carácter", frescura. Aunque el resultado, a su juicio (que no anda muy desencaminado), es "tosco", el escritor deja entrever que, al menos, llegan al lector con su autenticidad intacta, sin artificio. Pues sí. Acaso el mayor mérito de estas Canciones del suburbio de Baroja sea su realismo pedestre, la ausencia de huera afectación, de conceptos y artificios que perviertan paisaje y paisanaje. Porque Baroja era un gran mirón, un gran observador de la vida, y esta capacidad tan extraordinariamente desarrollada a la hora de perfilar psicológicamente tipos y personajes se aprecia en sus poemas lo mismo que en sus narraciones. Y ya es bastante, teniendo en cuenta la ingente cantidad de impostores y afectados que circulan hoy día por el territorio poético. Si no lirismo (lamentablemente escaso), el lector que quiera acercarse a estas Canciones barojianas encontrará al menos una estampa exenta de impostura, ya divertida y socarrona, ya melancólica y desencantada. "Baladas perdidas", las llama Azorín, que le escribió el prólogo, jugando con la cercanía sonora a la expresión "batallas perdidas". En efecto, estas Canciones son como batallas perdidas, pero no sólo en el sentido memorístico y vital apuntado por Azorín ("resumen de toda su obra literaria", dice), también en el sentido de una lucha poética de la que no se ha salido vencedor. Quizá por ello el prologuista, bondadoso, pone énfasis en la honestidad y espontaneidad de los poemas, así como en el espíritu realista y antitradicionalista (alejado de "convencionalismos artificiosos" o costumbrismos) del que surgieron, más que en los méritos puramente líricos (poco notables, insisto) de los que puedan ser acreedores. "Sustancia popular", dice Azorín, que era amigo, pero que no quería dejar de ser buen crítico. La misma sustancia y los mismos arquetipos que pueblan su obra en prosa. Tal vez, eso sí, se dejó llevar el de Monóvar al emparentar a Baroja con Villon, pero entre colegas, ya se sabe.     



  

sábado, 2 de agosto de 2014

ALEJANDRA PIZARNIK: CUANDO EL LENGUAJE NO BASTA

  Poeta del límite, del abismo, Alejandra Pizarnik se pasó su existencia al borde de la caída o del salto, balanceándose sobre el vértice seductor de la locura, clavando sus ojos hasta pulverizárselos en el delirante vacío de las cosas,  en pos de una verdadera realidad siempre huidiza. En el fondo tan sólo trataba de salir de sí y contemplarse (y objetivarse) como ante un espejo, pero sin las incómodas falsedades de este último; al menos eso creía Pizarnik cuando reflexionaba sobre sus motivaciones poéticas, cosa que hizo muy a menudo. Su melancolía es de raíz metafísica; llega a ella por la imposibilidad de explicarse en su totalidad, de distinguir su yo auténtico, de aprehender la realidad, de comprender la locura y la tristeza. Es tan consciente de su ser melancólico que una y otra vez intercala en sus versos (perdón por el vocablo) pura metamelancolía. Para el intento de satisfacer estos altos fines Pizarnik se encomienda al lenguaje, instrumento sobre el que también reflexiona continuamente. Conforme evoluciona en su maduración poética el lenguaje se le revela como un material limitado, demasiado aproximativo para su magna tarea de nombrar con mayúsculas,  y de utilidad dudosamente terapéutica. Ese atisbo inicial de un hecho que no se acepta se convierte luego en pesado axioma que por irremediable ha de ser acatado. El lenguaje se queda corto y Pizarnik lo escribe con sumisa angustia; de la rebeldía por la determinación de no resignarse se pasa a la rebeldía por la sumisión a la muerte de cualquier intento de comprender y a la muerte como grata perspectiva y único medio de terminar con el punzante dolor de no estar nunca existencialmente unificado. Pizarnik hace de la promesa del suicidio un lugar común, un grito, una anunciación. Su melancolía se hace profunda, lacerante, y comienza a dejarse arrastrar por la corriente del delirio.
  En su postrera etapa, Pizarnik mantiene medio cuerpo dentro de la locura, pero podría sostenerse que a costa de convertirse en una especie de profeta o de iluminada, derrochando incendiada e íntima lucidez. Sus imágenes son a un tiempo alucinadas y sinceras. Su melancolía crece de la mano de un ensimismamiento llevado hasta las últimas consecuencias y de la frustración que le causa la conciencia de saberse perdida desde un principio, la conciencia de saber que el lenguaje no puede servirle ni salvarla. Pizarnik hizo de la melancolía su motor poético y su poética, de tal modo que aquélla le dictaba y ella escribía. Nunca vio el mundo a través de otra lente que no fuera la de su tristeza esencial, y ambas acabaron siendo existencialmente inseparables: “He descubierto que cuando no estoy angustiada no soy”, sentenció.

   Repasemos ahora algunos aspectos biográficos.

  Para empezar, sus orígenes son ruso-judíos. Elías Pozharnik y Rejzla Bromiker se llamaban sus padres; emigrantes como tantos otros. Llegaron a Argentina tras pasar cierto tiempo en París. El cambio ortográfico del apellido Pozharnik por Pizarnik pudo deberse simplemente al error de un funcionario en el momento de inscribir a la niña Alejandra en el registro. Alejandra había vivido de cerca la barbarie, ya que parte de su familia fue asesinada a manos de los nazis, y esa rémora de sufrimiento y muerte se instalará en ella como una huella imborrable, convirtiéndose en verdadera obsesión conforme vaya madurando. La familia reside en Avellaneda. El padre se dedica a la venta de joyería. Alejandra recibe una educación bastante liberal de acuerdo con el criterio de su padre. En 1954 termina los estudios secundarios. Comienza un período universitario lleno de incertidumbres y titubeos. Tras iniciar los estudios de Filosofía y Letras decide abandonarlos y se matricula en los de Periodismo, dándose cuenta al poco de que estos últimos en absoluto le satisfacen. Pero Alejandra descubre, afortunadamente, su talento literario, que el catedrático de Literatura Moderna, Juan Jacobo Bajardía, no duda en alentar. Buscando su sitio, Alejandra se interesa también por la pintura, y de esa manera comienza a asistir al taller de Batlle Planas. Pronto se muestra como una joven frágil. Sufre de asma y sus complejos psíquicos se exteriorizan a través de un ligero tartamudeo. Su padre la mima; cuida de ella; costea los gastos de publicación de su primer libro y los de la consulta de su psicoanalista. Ni la pintura ni la poesía logran alejarla de sus quiebras sentimentales. Alejandra recurre entonces a las anfetaminas, los analgésicos y los somníferos. De 1960 a 1964 se refugia en París, pensando que la estancia en un ambiente distinto podrá funcionar como una especie de analgésico que palie sus continuas angustias. Allí, en la capital parisina, conoce a Octavio Paz, a André Pieyre de Mandiargues, a Julio Cortázar o a Rosa Chacel, y trabaja durante un año como correctora de pruebas para la revista Cuadernos para la liberación de la cultura, realizando, además, diversas traducciones. De regreso en Buenos Aires publica lo más relevante de su obra poética. En 1968, gracias a la concesión de la beca Guggenheim, viaja a Nueva York.

  Los últimos años de su vida están dominados por las depresiones y los intentos de suicidio. Entre 1970 y 1972 permanece recluida, confinada entre cuatro paredes. A los treinta y seis años, tras cinco meses de internamiento en el psiquiátrico Pirovano de Buenos Aires, aprovecha un permiso del hospital concedido para ir a descansar a su casa y se quita la vida mediante la ingesta de cincuenta pastillas de seconal sódico.

  Pizarnik deja publicados siete libros de poesía: La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). También, aunque es menos conocida que su faceta poética, hay en Pizarnik vertiente novelesca; así, tenemos La condesa sangrienta publicada en 1971. Su teatro y su ensayo completan, junto con los artículos periodísticos, las traducciones (de Marguerite Duras, por ejemplo) y los diarios el conjunto de su producción artística e intelectual.


EL MIEDO

En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tú del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.

(de Las aventuras perdidas, 1958)

***

viajera de corazón de pájaro negro
tuya es la soledad a medianoche
tuyos los animales sabios que pueblan tu sueño
en espera de la palabra antigua
tuyo el amor y su sonido a viento roto

(de Otros poemas, 1959)

***

14

El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.

(de Árbol de Diana, 1962)

***

lloro, miro el mar y lloro.
canto algo, muy poco.

hay un mar. hay luz
hay sombras. hay un rostro.
 
un rostro con rastros de paraíso perdido.

he buscado.

sino que he buscado,
sino que agonizo.

(de la carpeta En esta noche en este mundo)
 
***

23 

una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

(de Árbol de Diana, 1962)


 

miércoles, 30 de julio de 2014

EDUARDO CHICHARRO: MÚSICA CELESTIAL

   Las librerías de viejo, creo yo, son fundamentales en el aprendizaje literario; bueno, podría decirse simplemente que en el aprendizaje en general. Estas heroicas y resistentes máquinas del tiempo le ponen a uno en contacto con la gloria y el olvido, la exquisitez y la decadencia, el canon y la marginalidad. La vida, en definitiva. Las librerías de nuevo están la mar de bien (unas más que otras, claro), pero se lo dan al cliente casi todo hecho. Las de viejo, sin embargo, son para el aventurero, el perseguidor. Uno no va a una librería de lance a preguntar por tal o cuál libro (que también, faltaría más), va a curiosear, a rebuscar por aquí y por allí en plan sabueso. Más que de encontrar se trata de tropezarse con lo inesperado.
  Luego está el olor. Cualquiera que haya entrado alguna vez en una librería de viejo se habrá dado perfecta cuenta de ello: huele muy diferente a como lo hace una de nuevo. Uno nunca sabe si es producto de las amarillentas páginas o de los pasos, también amarillentos, de quienes pululamos por allí.
  Porque la fauna que frecuenta estas librescas catacumbas, en la que me incluyo, comparte rasgos muy particulares y bien definidos. Yo diría que hasta se reconoce (nos reconocemos) por la calle. Pero esa es otra historia con la que quizás me meta en mejor ocasión.
  Bien, lo que antecede no es sino una especie de exordio para recomendar a uno de esos poetas que a día de hoy jamás te encontrarías en una librería de nuevo. Con suerte (con mucha mucha suerte), el único lugar donde te podrías hacer con algo de Eduardo Chicharro sería una librería de viejo. Yo tuve esa inmensa suerte. Iba olisqueando, como de costumbre, y allí estaba, esperándome. Me refiero a Música celestial y otros poemas, la espléndida edición que en 1974 Gonzalo Armero llevó a cabo de la práctica totalidad de la obra lírica de uno de los fundadores del postismo, y que fue publicada por Seminarios y Ediciones, dentro de la colección "Trece de nieve".
  Los poemas se acompañan de un texto introductorio del propio Chicharro (una autoevaluación crítica bastante lúcida) y varios apéndices, entre los que se incluyen los cuatro manifiestos del postismo y tres notas autobiográficas, con material fotográfico. El libro salió de imprenta, según informa el colofón, un 16 de marzo del 74, décimo aniversario de la muerte del poeta. Una tirada de 1.555 ejemplares que sirvió como reivindicación y homenaje. Antes de esa fecha sólo habían aparecido dos colecciones de sus poemas: la pequeña antología Algunos poemas (Carboneras de Guadazaón, El toro de Barro, 1966), que se compuso al cuidado de Ángel Crespo, y el número monográfico que le dedicó la revista Trece de Nieve (nº 2, 1972). A ello hay que sumar los pocos poemas que pudieron aparecer en algunas revistas de la época y en diversas antologías. Más recientemente, en 2002, Libros del Innombrable sacó Tetralogía, junto a dos de sus cuentos: "La pelota azul" y "Un paciente poco paciente". Y en 2005, apareció Cantata del recuerdo (a Lucio y Amalia), por iniciativa de la fundación Museo Salvador Victoria, de Teruel. No tengo conocimiento de que haya habido más ediciones de la obra de Eduardo Chicharro.
  Fallecido en el 64, a la edad de 59 años, puede decirse que Chicharro es un poeta póstumo, pues el grueso de su obra se conoce tras su desaparición. Nace en Madrid, en 1905, pero siendo aún muy niño se traslada junto a su familia a Roma, ciudad que le marcará personal y artísticamente. Pasa casi treinta años fuera de España, "desde los 7 a los 38, durante la mayor parte en Roma, con pocas y breves estancias en Madrid y algún viaje por España, Italia y otros países: Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y Austria", explica él mismo en un texto fechado en 1959, titulado "Poesía: la aproximación y la exactitud". Sólo a partir de 1943 fija definitivamente su residencia en España. Su padre fue un pintor reconocido, director, además, de la R. Academia de España en Roma, de Bellas Artes. Por "mimetismo del ambiente" comienza estudiando pintura, actividad que nunca abandonará, y que compaginará con las letras, si bien no se entregará a la escritura "con cierta intensidad y orden" hasta la edad de 40 años. Habiendo abandonado todo estudio reglado, su formación, tanto en la pintura como en la escritura, es autodidacta. Esto último, unido a una amplia y ajetreada experiencia vital, marcada por el viaje y el desempeño de múltiples trabajos, le concede el puesto de singularidad en el panorama literario de posguerra. Pero esta singularidad le acarrea también soledad y aislamiento, teniendo en cuenta el contexto opresivo y anquilosado de la España de entonces. El movimiento postista, cuyo principal ideólogo y fundador fue Eduardo Chicharro, levantó las suspicacias de unos y otros; de los garcilasistas y los desarraigados. De los primeros porque el postismo suponía un atentado contra el orden social y poético. De los segundos porque, según ellos, el nuevo movimiento se desentendía de la realidad y de la Historia mediante la vuelta al surrealismo y el ejercicio autárquico de la palabra por la palabra. En resumidas cuentas, el postismo no pudo llegar en momento más adverso. Heredero de las "parole in libertà" de Marinetti y el dadaísmo (y precursor, dicho sea de paso, del letrismo y la poesía visual de los sesenta), como neovanguardia tuvo que luchar contracorriente. Su espíritu combativo, rubricado la noche de reyes de 1945 en el Café Castilla de Madrid, mismo día en que a una jovencísima Carmen Laforet se le concedía el primer Nadal, alumbró un par de revistas (Postismo y La Cerbatana), y cuatro manifiestos. Resulta cuando menos hiriente que en el volumen 7 de la exitosa Historia de la literatura española, de la editorial Crítica (2011), no se le dedique al fundador del postismo el espacio que creo se merece (ni un par de líneas), como sí sucede con Carlos Edmundo de Ory y Juan-Eduardo Cirlot. Las injusticias literarias, ya se sabe.
   Pero volvamos a Música celestial.  
  Se recogen tres trabajos poéticos (La plurilingüe lengua, Tetralogía y Cartas de noche) y 14 poemas no incluidos en libro, además de otros textos de diversa índole. Cambian las modulaciones, pero no las formas, ni lo que las anima: la negación. La poesía de Chicharro es unidad en lo diverso, incluso más allá de lo poético. Es rebeldía. Discrepancia. Sin embargo, la visión universal del poeta, a diferencia de la poesía social, figurativa, se inclina por expresar su desencanto a través del disparate y la extravagancia: la corriente interna, casi automática, de motivos oníricos, surreales. La poesía anticonvencional de Chicharro tiene en el derribo sistemático su principal arma de combate: la destrucción de lo dado como estética de superviviencia en un medio hostil, en lo político y en lo literario. No es fuga sino confrontación negativa. La realidad es la palabra, y la palabra es el yo íntimo que se opone. Una palabra única e inadaptada, fruto del caudal inconsciente que se intelectualiza. Entran en acción aquí el juego y la sorpresa, el giro insospechado, la asociación incongruente, incluso la humorada, comunes a todo el postismo. Porque el léxico audaz, los múltiples y delirantes neologismos, la caprichosa puntuación, la sintaxis reformulada, la gramática zaherida, los ritmos y sonoridades (reiteraciones obsesivas, arritmias, paisajes melódicos), son la respuesta a una fiebre interior que no sabe de normas. El sentido, si hay alguno, lo crea el lenguaje. 
   Se ha dicho de Chicharro, para terminar, que es en realidad un neobarroco. Puede ser, en cierta forma. Personalmente, lo que más me fascina de este raro entre los raros de las letras españolas es su música de fondo, esa sinfonía alucinada que va mucho más allá de lo medible, la continua danza entre la "aproximación" y la "exactitud". Y cómo no, su universo simbólico, enormemente rico, donde la composición pictórica se hace muy palpable (y el trasvase de elementos de origen plástico también, dada su afición por los pinceles). En fin, me parece un poeta que, no siendo en absoluto un desconocido, es de justicia reivindicar, aunque quizá este tiempo, nuestro tiempo, como de seguro lo fue el suyo, le sea igualmente adverso.


I

Estarme quieto, recoger el loto
de mi lengua sencilla y que es pareja
a casa sin cimientos y sin teja
por lo que en sí de viuda ya le noto;

estarme quieto, sosegarme inmoto,
desaparejar lo antiguo que apareja
mi pensamiento aquí entre ceja y ceja
hasta alcanzar la fuerza del gimnoto;

llegarme al fondo junto a la murena
entre madréporas, tubíporas y actinias;
subirme luego donde el argonuta

con las algas se cruza y la sirena,
y al fin volver del mar a las insinias
de noctilucas y el nautilo pauta.

(de La plurilingüe lengua, 1945-1947)



XXV

Será mi blanca tumba de madera,
será de siemprevivas y de orujo,
cordial en su acogida y verde lujo
de jaula, lonja, loca enredadera.

Será mi gayo túmulo escalera,
y en su huerto seráfico cartujo
mi cadáver será, sin más tapujo,
perdido lo mortal que antes vistiera.

Así deséolo yo que sean la caja,
el hoyo, el césped y la baratija
que ponen a los muertos los no muertos.

Digo que serán flores mi mortaja
porque entre los jardines que yo elija,
igual perfumarán mis ojos tuertos. 

(de La plurilingüe lengua, 1945-1947)
 


CARTA DE NOCHE A PACO Y GENOVEVA

Paco ¿peco si te explico este alpínico marisco?
Urge Urganda en la cocina, se ajetrea con la falda
se ventila se acecina, papel pone en los vasares
mientras barre el polvo muerto en nocturno vaticinio.
Salen chispas canta el gallo en el palo la veleta
la maleta el conde arrima al hogar del pordiosero
corre rauda la raposa y lo bosquivo
el postigo el aledaño el aprisco la tortuga
el pasiego moscardina y la sed de estar desnudo.
¡Cuánto enciende al lado izquierdo verse solo y perseguido
entender de letra algébrica marchitar y estar lo mismo!
¡Y cuan cunde en el barítono el rubor de ver su viuda
maltratada andando a gatas!
Por lo tanto el sueño escaso del telúrico tormento
nos reúne en un onírico transitar desmadejados
juntos libres manijuntos reflejándonos parejos
abismáticos solícitos ofreciéndonos la copa
manoseándonos la grupa y me escupes en un ojo
yo te doy pan con sustancias vitamínicas florales
y tu largas a mi estancia moscardones volumétricos.
¡Con qué amor me das la escoba y yo a ti la cacerola,
con qué tierno afán me besas
las dos suelas del zapato
y yo a ti te atiendo a tientas
en tu técnico ajetreo
mientras vas por los rincones cultivando madreselvas;
que el encaje de tus dedos, el primor de tus bordados
el hechizo del color y la risa entrecortada
con que untas tus ensueños, tus niñeces tus añosas
robustas encinas espejos demonios pañales y nueces!
¡Cierra pues con furia insólita contra el banco de dormidos
lanza en ristre el sol te valga y arremételes sañudo,
hunde el hierro en el abierto vientre hinchado putrefacto!
¿Y con qué, si no, comemos los amigos pobrecitos?
Estoy viendo si ojos cierro una serie de camellos
una sarta de burritas con sombrillas y banderas,
estoy viendo por lo menos cuatro cucharas enhiestas
que me miran descaradas y a ti lejos que te evades
y a tu esposa dulcilaria que me mira que me ofrece que me brinda
que me tira de la oreja que me riñe que me gata
que me emperra y que se emperra con la porra de compota
¡y el quesito el turroncito que si el Marque que si el mosto
o la mosca el ratoncito el foigrase y la lechuga!
mientras tú, el equidistante, te desinteresescapas.
Y la casa se reclina dulcemente en las glicinias
se hace objeto de disculpas en un mar de pormenores
cumplimientos reverencias parabienes de bon coeur
y así pasa dulce el vida y amontonándose los sueños.
Me pregunto en estas horas si gustáraos a los dos
ver la oreja de la liebre que me saco del bolsillo
o escuchar al cisne tuerto como silba entre los pámpanos.
¡Dichosa edad de oro aquella en que las madres
purgaban a su hijito con agua de achicoria!
¡Dichoso y perspicaz el tiempo transitado
en el que las hormigas eran hombres de pro!
el reflejo de mi asombro ya no cabe en esta página,
que estoy lleno de dorados techos góticos chinescos
y a vosotros tan unidos
os voy viendo ahora por partes ora puestos a la mesa
escuchando la distancia y el poder del argumento...

(de Cartas de noche, 1950-1960)


Nota: los tres poemas aquí recogidos han sido transcritos conforme a la edición de Gonzalo Armero (Chicharro, Eduardo, Música celestial y otros poemas, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1974)  

  

viernes, 18 de julio de 2014

RAÚL NÚÑEZ: EL OLVIDADO INOLVIDABLE

  Lo descubrí por casualidad, como todo lo que merece la pena descubrirse en esta vida. Alguien, un escritor, sacaba a relucir su nombre en algún sitio, a colación de sus referentes, sus influencias, sus magisterios literarios. He olvidado el quién y el dónde (obviamente carecen de importancia), pero el porqué y el cómo los tengo claros. Sé que leí, más o menos: "¿El mejor libro de poesía de los últimos treinta años? People, de Raúl Núñez". Al día siguiente corrí a la biblioteca pública, dispuesto a ratificar o a condenar tamaño veredicto. Bueno, lo tenían. En el depósito. Creo que lo devoré allí mismo. Luego hube de releerlo y manosearlo una y otra vez mientras duró el plazo del préstamo. Una delicia. Una rareza. Dolor e ironía, desarraigo y ternura a partes iguales. ¡Caramba con el Núñez! ¡De dónde demonios había salido aquel tipo! No me pareció (no me parece) el mejor libro de poesía de los últimos treinta años, ni mucho menos, pero supe reconocer al instante la voz de un poeta honesto, que hablaba sin imposturas, lo cual no tiene nada que ver con la ficcionalidad, por cierto. Me sonaba a los Kerouack, Ginsberg, pero con acento propio, y en español. Algo había ahí también de Cendrars, de Charles Bukowski, de Raymond Carver, autores de los que, por entonces, no me quedaba ya casi nada por leer. Fue un feliz descubrimiento.
  Hoy, cierta critica y, sobre todo, ciertos círculos del panorama realista español, le consideran un importante precursor de la estética "sucista" (cuánto les gustan a algunos las etiquetas), retomando el marbete "dirty realism" con el que el crítico americano Bill Buford reunió a un grupo bastante heterogéneo de escritores en una mítica revista literaria allá por los años ochenta, según tengo entendido. A mí me parece más bien, como ya he comentado, por el ritmo, las imágenes y el estilo, un beatnick en español. Lo curioso es que Raúl Núñez, fallecido en 1996, no era español sino argentino, de Buenos Aires. Allí nació en 1947. Muy joven empieza a viajar por esos mundos, y en los años setenta recala en Barcelona, donde vive durante algunos años. En los ochenta se traslada a Valencia, ciudad en la que morirá. Dejará poca cosa, quizá un par de libros de Onetti, o de Carver. No fue hombre de más materia que la de la propia poesía y la de la propia vida. Le cabe el honor de ser de los primeros poetas en lengua española (y melancolía porteña) que quiso y supo dar voz a los desheredados de la gran urbe, con verdad y ternura, con vibrante lirismo, a veces épico, incluso. Todo esto me llegó gracias a la modestísima (y hoy casi inencontrable) edición de Tusquets, en su colección de marginales, de 1974. Libro brevísimo, este People, pero que deja huella. Por sus páginas desfilará eternamente toda una serie de personajes inolvidables, al límite de la supervivencia y la derrota. El resto de su poesía resulta igual de humana. La editorial tinerfeña Baile del Sol se ocupó de recuperar en 2008 su obra lírica al completo. Se agradece semejante labor de arqueología poética.
  No me gustaría, por fin, cerrar estas líneas sin hacer breve referencia a su obra en prosa, sus novelas, sus artículos. Estos últimos, que podríamos encuadrar en ese subgénero al que Juan José Millas denomina "articuento", se hallan recopilados en un volumen que logré degustar justo después de descubrir People, gacias nuevamente al concurso de la biblioteca pública de mi ciudad (qué haríamos unos cuantos sin estas sacrosantas instituciones). Recuerdo que no tenían desperdicio, muchos de los textos, y que algún canalla había arrancado varias de las hojas centrales del libro. Y de las novelas, qué decir. Bueno, ahí están La rubia del bar, Derrama whisky sobre tu amigo muerto (¡Dios, qué título!), Sinatra y A solas con Betty Boop. La primera y la tercera fueron publicadas por Anagrama, y llevadas al cine, dicho sea de paso. Quizá otro día, en otra entrada de este blog, me detenga a comentar estas obritas. Ya adelanto que en Núñez lo realmente perdurable son sus poemas. No obstante, encontramos también en sus novelas, dulcemente imperfectas, la humana honestidad de quien, fusionando vida y literatura, no dudó en arremangarse y mancharse, con tal de ir hasta el fondo de la realidad y de sí mismo. ¡Brindo por ti, Raúl!


SE SUICIDARON TODOS LOS NIÑOS
           
Y alegremente
      se suicidaron todos los niños esa noche
se colgaban riendo
             como tibias guirnaldas
                  entre los edificios
y caían luego
             como pequeñas manzanas de carne.
Sabían que iban a volver
                a otro lugar
a un verdadero lugar
                  como todos
con montañas y lluvia
                 y tierra marrón
                      bajo el trigo y el sol.
Se golpeaban las frágiles cabezas
                       contra el asfalto
o tomados de la mano
                 y desnudos
llenaban las bañaderas
                    y se ahogaban
o se electrocutaban en carteles luminosos
y robaban a los muertos
                  baldes llenos de wisky
                              y los bebían
y robaban a los muertos
sus brillantes automóviles
                   y aceleraban hacia el mar.
Y se iban
       se iban
a volver a otro lugar
                   donde ya algunos hombres
                                   esperaban.

(de San John López del Camino, 1970-1971)


A JESÚS DE NAZARETH
      
Jesús de Nazareth
ahora que no estás
        recuerdo que nos emborrachamos juntos;
que te vi
        buscando un pedazo de pan
            para mojarlo en lluvia
con tu camiseta de colores sucia
           la melena con caspa
buscando a quien pedirle una moneda
           mientras silbabas a Bach.
Tenías el pasaporte falsificado
y tus pies olían mal
              Jesús de Nazareth
pero qué linda manera de tomar ginebra
y de contar historias inventadas
de robarme los cigarrillos
           y la caja de fósforos
y de preguntar dónde se conseguían chicas.
Tenías amor hasta en las axilas
            hasta en la mugre de las uñas.
Tenías diecisiete años
             y una armónica
             Jesús de Nazareth.
Y te fuiste
       a repetir tus palabras con piel
y tu aliento de ginebra
              para todos los hombres.
Y de pronto
estallaron sirenas manadas de autos policiales
bomberos detectives megáfonos soldados
                                    [galopando
locutores histéricos tanques cascos
                                  [reflectores
perros camiones gases cazadores.
Mientras un muchacho sucio
            tocaba la armónica
                 en algún lado.

(de San John López del Camino, 1970-1971)
 

NO HACE DEMASIADO TIEMPO
         
No hace demasiado tiempo
que iba al colegio lleno de libros y 
                                   [bolígrafos
porque esperaba ser médico o profesor de
                                   [historia.
Subía a un autobús naranja al mediodía
para ir a sentarme a un banco de madera
y escuchar desérticas palabras desde las bocas
                                      [viejas.
No hace demasiado tiempo
que bailaba tibiamente en un living rosado
junto a una mesa llena de Coca-Cola y tortas
y soñaba casarme con una muchacha de familia
                                 [respetable
que oliera a perfume importado.
Y soñaba, también, volver al anochecer al
                         [céntrico apartamento
que estaría lleno de bondadosos suegros y
                                      [cuñados
que hablarían con orgullo de mis títulos
y del pequeño auto que me esperaba afuera.

No hace demasiados años
todo hubiera sido más fácil en mi vida,
pero ya entonces comenzaba
a escribir sucios poemas en las sábanas
y a tirarle huvos podridos a las limpias
                                   [estrellas.

No hace demasiado tiempo
que dibujé una flor en las alas de Bat-Man
y subí al primer barco.

No hace demasiado tiempo
que robo manzanas de los mercados
y amor de los borrachos.

No hace demasiado tiempo
que trato de ser un hombre más
y pese a todo
no comprendo muy bien por qué escribo todo
                                        [esto.

(de Juglarock, 1971-1972)