miércoles, 30 de julio de 2014

EDUARDO CHICHARRO: MÚSICA CELESTIAL

   Las librerías de viejo, creo yo, son fundamentales en el aprendizaje literario; bueno, podría decirse simplemente que en el aprendizaje en general. Estas heroicas y resistentes máquinas del tiempo le ponen a uno en contacto con la gloria y el olvido, la exquisitez y la decadencia, el canon y la marginalidad. La vida, en definitiva. Las librerías de nuevo están la mar de bien (unas más que otras, claro), pero se lo dan al cliente casi todo hecho. Las de viejo, sin embargo, son para el aventurero, el perseguidor. Uno no va a una librería de lance a preguntar por tal o cuál libro (que también, faltaría más), va a curiosear, a rebuscar por aquí y por allí en plan sabueso. Más que de encontrar se trata de tropezarse con lo inesperado.
  Luego está el olor. Cualquiera que haya entrado alguna vez en una librería de viejo se habrá dado perfecta cuenta de ello: huele muy diferente a como lo hace una de nuevo. Uno nunca sabe si es producto de las amarillentas páginas o de los pasos, también amarillentos, de quienes pululamos por allí.
  Porque la fauna que frecuenta estas librescas catacumbas, en la que me incluyo, comparte rasgos muy particulares y bien definidos. Yo diría que hasta se reconoce (nos reconocemos) por la calle. Pero esa es otra historia con la que quizás me meta en mejor ocasión.
  Bien, lo que antecede no es sino una especie de exordio para recomendar a uno de esos poetas que a día de hoy jamás te encontrarías en una librería de nuevo. Con suerte (con mucha mucha suerte), el único lugar donde te podrías hacer con algo de Eduardo Chicharro sería una librería de viejo. Yo tuve esa inmensa suerte. Iba olisqueando, como de costumbre, y allí estaba, esperándome. Me refiero a Música celestial y otros poemas, la espléndida edición que en 1974 Gonzalo Armero llevó a cabo de la práctica totalidad de la obra lírica de uno de los fundadores del postismo, y que fue publicada por Seminarios y Ediciones, dentro de la colección "Trece de nieve".
  Los poemas se acompañan de un texto introductorio del propio Chicharro (una autoevaluación crítica bastante lúcida) y varios apéndices, entre los que se incluyen los cuatro manifiestos del postismo y tres notas autobiográficas, con material fotográfico. El libro salió de imprenta, según informa el colofón, un 16 de marzo del 74, décimo aniversario de la muerte del poeta. Una tirada de 1.555 ejemplares que sirvió como reivindicación y homenaje. Antes de esa fecha sólo habían aparecido dos colecciones de sus poemas: la pequeña antología Algunos poemas (Carboneras de Guadazaón, El toro de Barro, 1966), que se compuso al cuidado de Ángel Crespo, y el número monográfico que le dedicó la revista Trece de Nieve (nº 2, 1972). A ello hay que sumar los pocos poemas que pudieron aparecer en algunas revistas de la época y en diversas antologías. Más recientemente, en 2002, Libros del Innombrable sacó Tetralogía, junto a dos de sus cuentos: "La pelota azul" y "Un paciente poco paciente". Y en 2005, apareció Cantata del recuerdo (a Lucio y Amalia), por iniciativa de la fundación Museo Salvador Victoria, de Teruel. No tengo conocimiento de que haya habido más ediciones de la obra de Eduardo Chicharro.
  Fallecido en el 64, a la edad de 59 años, puede decirse que Chicharro es un poeta póstumo, pues el grueso de su obra se conoce tras su desaparición. Nace en Madrid, en 1905, pero siendo aún muy niño se traslada junto a su familia a Roma, ciudad que le marcará personal y artísticamente. Pasa casi treinta años fuera de España, "desde los 7 a los 38, durante la mayor parte en Roma, con pocas y breves estancias en Madrid y algún viaje por España, Italia y otros países: Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y Austria", explica él mismo en un texto fechado en 1959, titulado "Poesía: la aproximación y la exactitud". Sólo a partir de 1943 fija definitivamente su residencia en España. Su padre fue un pintor reconocido, director, además, de la R. Academia de España en Roma, de Bellas Artes. Por "mimetismo del ambiente" comienza estudiando pintura, actividad que nunca abandonará, y que compaginará con las letras, si bien no se entregará a la escritura "con cierta intensidad y orden" hasta la edad de 40 años. Habiendo abandonado todo estudio reglado, su formación, tanto en la pintura como en la escritura, es autodidacta. Esto último, unido a una amplia y ajetreada experiencia vital, marcada por el viaje y el desempeño de múltiples trabajos, le concede el puesto de singularidad en el panorama literario de posguerra. Pero esta singularidad le acarrea también soledad y aislamiento, teniendo en cuenta el contexto opresivo y anquilosado de la España de entonces. El movimiento postista, cuyo principal ideólogo y fundador fue Eduardo Chicharro, levantó las suspicacias de unos y otros; de los garcilasistas y los desarraigados. De los primeros porque el postismo suponía un atentado contra el orden social y poético. De los segundos porque, según ellos, el nuevo movimiento se desentendía de la realidad y de la Historia mediante la vuelta al surrealismo y el ejercicio autárquico de la palabra por la palabra. En resumidas cuentas, el postismo no pudo llegar en momento más adverso. Heredero de las "parole in libertà" de Marinetti y el dadaísmo (y precursor, dicho sea de paso, del letrismo y la poesía visual de los sesenta), como neovanguardia tuvo que luchar contracorriente. Su espíritu combativo, rubricado la noche de reyes de 1945 en el Café Castilla de Madrid, mismo día en que a una jovencísima Carmen Laforet se le concedía el primer Nadal, alumbró un par de revistas (Postismo y La Cerbatana), y cuatro manifiestos. Resulta cuando menos hiriente que en el volumen 7 de la exitosa Historia de la literatura española, de la editorial Crítica (2011), no se le dedique al fundador del postismo el espacio que creo se merece (ni un par de líneas), como sí sucede con Carlos Edmundo de Ory y Juan-Eduardo Cirlot. Las injusticias literarias, ya se sabe.
   Pero volvamos a Música celestial.  
  Se recogen tres trabajos poéticos (La plurilingüe lengua, Tetralogía y Cartas de noche) y 14 poemas no incluidos en libro, además de otros textos de diversa índole. Cambian las modulaciones, pero no las formas, ni lo que las anima: la negación. La poesía de Chicharro es unidad en lo diverso, incluso más allá de lo poético. Es rebeldía. Discrepancia. Sin embargo, la visión universal del poeta, a diferencia de la poesía social, figurativa, se inclina por expresar su desencanto a través del disparate y la extravagancia: la corriente interna, casi automática, de motivos oníricos, surreales. La poesía anticonvencional de Chicharro tiene en el derribo sistemático su principal arma de combate: la destrucción de lo dado como estética de superviviencia en un medio hostil, en lo político y en lo literario. No es fuga sino confrontación negativa. La realidad es la palabra, y la palabra es el yo íntimo que se opone. Una palabra única e inadaptada, fruto del caudal inconsciente que se intelectualiza. Entran en acción aquí el juego y la sorpresa, el giro insospechado, la asociación incongruente, incluso la humorada, comunes a todo el postismo. Porque el léxico audaz, los múltiples y delirantes neologismos, la caprichosa puntuación, la sintaxis reformulada, la gramática zaherida, los ritmos y sonoridades (reiteraciones obsesivas, arritmias, paisajes melódicos), son la respuesta a una fiebre interior que no sabe de normas. El sentido, si hay alguno, lo crea el lenguaje. 
   Se ha dicho de Chicharro, para terminar, que es en realidad un neobarroco. Puede ser, en cierta forma. Personalmente, lo que más me fascina de este raro entre los raros de las letras españolas es su música de fondo, esa sinfonía alucinada que va mucho más allá de lo medible, la continua danza entre la "aproximación" y la "exactitud". Y cómo no, su universo simbólico, enormemente rico, donde la composición pictórica se hace muy palpable (y el trasvase de elementos de origen plástico también, dada su afición por los pinceles). En fin, me parece un poeta que, no siendo en absoluto un desconocido, es de justicia reivindicar, aunque quizá este tiempo, nuestro tiempo, como de seguro lo fue el suyo, le sea igualmente adverso.


I

Estarme quieto, recoger el loto
de mi lengua sencilla y que es pareja
a casa sin cimientos y sin teja
por lo que en sí de viuda ya le noto;

estarme quieto, sosegarme inmoto,
desaparejar lo antiguo que apareja
mi pensamiento aquí entre ceja y ceja
hasta alcanzar la fuerza del gimnoto;

llegarme al fondo junto a la murena
entre madréporas, tubíporas y actinias;
subirme luego donde el argonuta

con las algas se cruza y la sirena,
y al fin volver del mar a las insinias
de noctilucas y el nautilo pauta.

(de La plurilingüe lengua, 1945-1947)



XXV

Será mi blanca tumba de madera,
será de siemprevivas y de orujo,
cordial en su acogida y verde lujo
de jaula, lonja, loca enredadera.

Será mi gayo túmulo escalera,
y en su huerto seráfico cartujo
mi cadáver será, sin más tapujo,
perdido lo mortal que antes vistiera.

Así deséolo yo que sean la caja,
el hoyo, el césped y la baratija
que ponen a los muertos los no muertos.

Digo que serán flores mi mortaja
porque entre los jardines que yo elija,
igual perfumarán mis ojos tuertos. 

(de La plurilingüe lengua, 1945-1947)
 


CARTA DE NOCHE A PACO Y GENOVEVA

Paco ¿peco si te explico este alpínico marisco?
Urge Urganda en la cocina, se ajetrea con la falda
se ventila se acecina, papel pone en los vasares
mientras barre el polvo muerto en nocturno vaticinio.
Salen chispas canta el gallo en el palo la veleta
la maleta el conde arrima al hogar del pordiosero
corre rauda la raposa y lo bosquivo
el postigo el aledaño el aprisco la tortuga
el pasiego moscardina y la sed de estar desnudo.
¡Cuánto enciende al lado izquierdo verse solo y perseguido
entender de letra algébrica marchitar y estar lo mismo!
¡Y cuan cunde en el barítono el rubor de ver su viuda
maltratada andando a gatas!
Por lo tanto el sueño escaso del telúrico tormento
nos reúne en un onírico transitar desmadejados
juntos libres manijuntos reflejándonos parejos
abismáticos solícitos ofreciéndonos la copa
manoseándonos la grupa y me escupes en un ojo
yo te doy pan con sustancias vitamínicas florales
y tu largas a mi estancia moscardones volumétricos.
¡Con qué amor me das la escoba y yo a ti la cacerola,
con qué tierno afán me besas
las dos suelas del zapato
y yo a ti te atiendo a tientas
en tu técnico ajetreo
mientras vas por los rincones cultivando madreselvas;
que el encaje de tus dedos, el primor de tus bordados
el hechizo del color y la risa entrecortada
con que untas tus ensueños, tus niñeces tus añosas
robustas encinas espejos demonios pañales y nueces!
¡Cierra pues con furia insólita contra el banco de dormidos
lanza en ristre el sol te valga y arremételes sañudo,
hunde el hierro en el abierto vientre hinchado putrefacto!
¿Y con qué, si no, comemos los amigos pobrecitos?
Estoy viendo si ojos cierro una serie de camellos
una sarta de burritas con sombrillas y banderas,
estoy viendo por lo menos cuatro cucharas enhiestas
que me miran descaradas y a ti lejos que te evades
y a tu esposa dulcilaria que me mira que me ofrece que me brinda
que me tira de la oreja que me riñe que me gata
que me emperra y que se emperra con la porra de compota
¡y el quesito el turroncito que si el Marque que si el mosto
o la mosca el ratoncito el foigrase y la lechuga!
mientras tú, el equidistante, te desinteresescapas.
Y la casa se reclina dulcemente en las glicinias
se hace objeto de disculpas en un mar de pormenores
cumplimientos reverencias parabienes de bon coeur
y así pasa dulce el vida y amontonándose los sueños.
Me pregunto en estas horas si gustáraos a los dos
ver la oreja de la liebre que me saco del bolsillo
o escuchar al cisne tuerto como silba entre los pámpanos.
¡Dichosa edad de oro aquella en que las madres
purgaban a su hijito con agua de achicoria!
¡Dichoso y perspicaz el tiempo transitado
en el que las hormigas eran hombres de pro!
el reflejo de mi asombro ya no cabe en esta página,
que estoy lleno de dorados techos góticos chinescos
y a vosotros tan unidos
os voy viendo ahora por partes ora puestos a la mesa
escuchando la distancia y el poder del argumento...

(de Cartas de noche, 1950-1960)


Nota: los tres poemas aquí recogidos han sido transcritos conforme a la edición de Gonzalo Armero (Chicharro, Eduardo, Música celestial y otros poemas, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1974)  

  

viernes, 18 de julio de 2014

RAÚL NÚÑEZ: EL OLVIDADO INOLVIDABLE

  Lo descubrí por casualidad, como todo lo que merece la pena descubrirse en esta vida. Alguien, un escritor, sacaba a relucir su nombre en algún sitio, a colación de sus referentes, sus influencias, sus magisterios literarios. He olvidado el quién y el dónde (obviamente carecen de importancia), pero el porqué y el cómo los tengo claros. Sé que leí, más o menos: "¿El mejor libro de poesía de los últimos treinta años? People, de Raúl Núñez". Al día siguiente corrí a la biblioteca pública, dispuesto a ratificar o a condenar tamaño veredicto. Bueno, lo tenían. En el depósito. Creo que lo devoré allí mismo. Luego hube de releerlo y manosearlo una y otra vez mientras duró el plazo del préstamo. Una delicia. Una rareza. Dolor e ironía, desarraigo y ternura a partes iguales. ¡Caramba con el Núñez! ¡De dónde demonios había salido aquel tipo! No me pareció (no me parece) el mejor libro de poesía de los últimos treinta años, ni mucho menos, pero supe reconocer al instante la voz de un poeta honesto, que hablaba sin imposturas, lo cual no tiene nada que ver con la ficcionalidad, por cierto. Me sonaba a los Kerouack, Ginsberg, pero con acento propio, y en español. Algo había ahí también de Cendrars, de Charles Bukowski, de Raymond Carver, autores de los que, por entonces, no me quedaba ya casi nada por leer. Fue un feliz descubrimiento.
  Hoy, cierta critica y, sobre todo, ciertos círculos del panorama realista español, le consideran un importante precursor de la estética "sucista" (cuánto les gustan a algunos las etiquetas), retomando el marbete "dirty realism" con el que el crítico americano Bill Buford reunió a un grupo bastante heterogéneo de escritores en una mítica revista literaria allá por los años ochenta, según tengo entendido. A mí me parece más bien, como ya he comentado, por el ritmo, las imágenes y el estilo, un beatnick en español. Lo curioso es que Raúl Núñez, fallecido en 1996, no era español sino argentino, de Buenos Aires. Allí nació en 1947. Muy joven empieza a viajar por esos mundos, y en los años setenta recala en Barcelona, donde vive durante algunos años. En los ochenta se traslada a Valencia, ciudad en la que morirá. Dejará poca cosa, quizá un par de libros de Onetti, o de Carver. No fue hombre de más materia que la de la propia poesía y la de la propia vida. Le cabe el honor de ser de los primeros poetas en lengua española (y melancolía porteña) que quiso y supo dar voz a los desheredados de la gran urbe, con verdad y ternura, con vibrante lirismo, a veces épico, incluso. Todo esto me llegó gracias a la modestísima (y hoy casi inencontrable) edición de Tusquets, en su colección de marginales, de 1974. Libro brevísimo, este People, pero que deja huella. Por sus páginas desfilará eternamente toda una serie de personajes inolvidables, al límite de la supervivencia y la derrota. El resto de su poesía resulta igual de humana. La editorial tinerfeña Baile del Sol se ocupó de recuperar en 2008 su obra lírica al completo. Se agradece semejante labor de arqueología poética.
  No me gustaría, por fin, cerrar estas líneas sin hacer breve referencia a su obra en prosa, sus novelas, sus artículos. Estos últimos, que podríamos encuadrar en ese subgénero al que Juan José Millas denomina "articuento", se hallan recopilados en un volumen que logré degustar justo después de descubrir People, gacias nuevamente al concurso de la biblioteca pública de mi ciudad (qué haríamos unos cuantos sin estas sacrosantas instituciones). Recuerdo que no tenían desperdicio, muchos de los textos, y que algún canalla había arrancado varias de las hojas centrales del libro. Y de las novelas, qué decir. Bueno, ahí están La rubia del bar, Derrama whisky sobre tu amigo muerto (¡Dios, qué título!), Sinatra y A solas con Betty Boop. La primera y la tercera fueron publicadas por Anagrama, y llevadas al cine, dicho sea de paso. Quizá otro día, en otra entrada de este blog, me detenga a comentar estas obritas. Ya adelanto que en Núñez lo realmente perdurable son sus poemas. No obstante, encontramos también en sus novelas, dulcemente imperfectas, la humana honestidad de quien, fusionando vida y literatura, no dudó en arremangarse y mancharse, con tal de ir hasta el fondo de la realidad y de sí mismo. ¡Brindo por ti, Raúl!


SE SUICIDARON TODOS LOS NIÑOS
           
Y alegremente
      se suicidaron todos los niños esa noche
se colgaban riendo
             como tibias guirnaldas
                  entre los edificios
y caían luego
             como pequeñas manzanas de carne.
Sabían que iban a volver
                a otro lugar
a un verdadero lugar
                  como todos
con montañas y lluvia
                 y tierra marrón
                      bajo el trigo y el sol.
Se golpeaban las frágiles cabezas
                       contra el asfalto
o tomados de la mano
                 y desnudos
llenaban las bañaderas
                    y se ahogaban
o se electrocutaban en carteles luminosos
y robaban a los muertos
                  baldes llenos de wisky
                              y los bebían
y robaban a los muertos
sus brillantes automóviles
                   y aceleraban hacia el mar.
Y se iban
       se iban
a volver a otro lugar
                   donde ya algunos hombres
                                   esperaban.

(de San John López del Camino, 1970-1971)


A JESÚS DE NAZARETH
      
Jesús de Nazareth
ahora que no estás
        recuerdo que nos emborrachamos juntos;
que te vi
        buscando un pedazo de pan
            para mojarlo en lluvia
con tu camiseta de colores sucia
           la melena con caspa
buscando a quien pedirle una moneda
           mientras silbabas a Bach.
Tenías el pasaporte falsificado
y tus pies olían mal
              Jesús de Nazareth
pero qué linda manera de tomar ginebra
y de contar historias inventadas
de robarme los cigarrillos
           y la caja de fósforos
y de preguntar dónde se conseguían chicas.
Tenías amor hasta en las axilas
            hasta en la mugre de las uñas.
Tenías diecisiete años
             y una armónica
             Jesús de Nazareth.
Y te fuiste
       a repetir tus palabras con piel
y tu aliento de ginebra
              para todos los hombres.
Y de pronto
estallaron sirenas manadas de autos policiales
bomberos detectives megáfonos soldados
                                    [galopando
locutores histéricos tanques cascos
                                  [reflectores
perros camiones gases cazadores.
Mientras un muchacho sucio
            tocaba la armónica
                 en algún lado.

(de San John López del Camino, 1970-1971)
 

NO HACE DEMASIADO TIEMPO
         
No hace demasiado tiempo
que iba al colegio lleno de libros y 
                                   [bolígrafos
porque esperaba ser médico o profesor de
                                   [historia.
Subía a un autobús naranja al mediodía
para ir a sentarme a un banco de madera
y escuchar desérticas palabras desde las bocas
                                      [viejas.
No hace demasiado tiempo
que bailaba tibiamente en un living rosado
junto a una mesa llena de Coca-Cola y tortas
y soñaba casarme con una muchacha de familia
                                 [respetable
que oliera a perfume importado.
Y soñaba, también, volver al anochecer al
                         [céntrico apartamento
que estaría lleno de bondadosos suegros y
                                      [cuñados
que hablarían con orgullo de mis títulos
y del pequeño auto que me esperaba afuera.

No hace demasiados años
todo hubiera sido más fácil en mi vida,
pero ya entonces comenzaba
a escribir sucios poemas en las sábanas
y a tirarle huvos podridos a las limpias
                                   [estrellas.

No hace demasiado tiempo
que dibujé una flor en las alas de Bat-Man
y subí al primer barco.

No hace demasiado tiempo
que robo manzanas de los mercados
y amor de los borrachos.

No hace demasiado tiempo
que trato de ser un hombre más
y pese a todo
no comprendo muy bien por qué escribo todo
                                        [esto.

(de Juglarock, 1971-1972)

                
                          
    

DE TECLADOS, RADIOS Y MANIFIESTOS

  Aquí estoy, hurtándole caricias al sueño, aporreando un poco las teclas de este teclado chino del mercadillo, segunda o quizá tercera mano, no sé, pero que a mí me parece que responde y suena como un Steinway & Sons. Será porque me lo ha traído un colega al que aprecio, harto de oír mis quejas sobre el anterior armatoste, del período Cámbrico por lo menos.

  Precisamente este colega del que hablo, con el que comparto el noble (pero amargo) vicio de la tecla, me reenvió hace tiempo un manifiesto poético que, a su vez, alguien le había reenviado a él. Fue aproximadamente por la época en que se desarrollaron los sucesos del 15M; días después de aquello, mejor dicho. Ignoro la fortuna que pueda haber tenido el artefacto, la verdad. Pese a que la cosa me hizo gracia, creo que, por mi parte, no se lo reenvié a nadie. Lo que sí hice fue guardarlo (uno se imagina que en la Red las cosas no pesan...). Luego me olvidé del asunto. Hasta hoy. 

  Un tertuliano radiofónico se ocupó de recordármelo esta tarde, indirectamente. Yo me estaba lavando los dientes, justo después del almuerzo, con la radio de fondo, y al escuchar a alguien hablar de Montaigne dejé de cepillarme y presté atención. El tipo venía a decir que la ociosidad era algo deleznable y tal y cual, algo absolutamente improductivo. Una enfermedad del alma, en definitiva, como sin duda había ya sostenido Michel de Montaigne. Negué con la cabeza, el cepillo atravesado en la boca. No podía estar (y estoy) en mayor desacuerdo. Casi todo el arte procede de ahí, de la ociosidad, del aburrimiento. Me da igual lo que sostuviera Montaigne (que lo sostuvo, por supuesto). El hombre es el único ser sobre la tierra que se aburre. Y, como se aburre, piensa. Y, como se aburre, escribe. Y canta. Y entonces me acordé del citado manifiesto, porque trata un poco de estas cuestiones... Fui al ordenata, miré entre el correo antiguo y me alegré al comprobar que, efectivamente, lo había conservado. Seguía haciéndome gracia, además, la pirueta.

  De inmediato decidí que debía ponerlo de nuevo en circulación, compartirlo, y qué mejor modo que a través de un blog, cuya creación llevaba tiempo sopesando. Así que ahí va. Espero que sus autores (o autor) no se molesten.


#Poesía visible ya! (Manifiesto por la salvación de una especie al borde de la extinción)

La poesía, durante años coto vedado de francotiradores pluriaburridos, plusvalía espiritual de una casta de gatoliebristas bien arraigada, ultima ya el largo y sinuoso camino hacia su extinción. Sin embargo, a pesar del incipiente olor a cadáver, queremos creer que la especie (quizá gracias a que algunos benditos héroes hayan guardado secuencias completas de ADN lírico) puede ser aún recuperada para las generaciones venideras. Sucedió que nunca (hablaremos un momento en pasado, nótese nuestra pena), nunca, y se mirara por donde se mirara, la poesía en algo hubo de parecerse a Dios que, según se dice, hállase en casa de todos, sino que más bien vino siempre a ser como el dinero, un pájaro que volaba demasiado alto para que una desescopetada mayoría fuese capaz de cazarlo. No cabe duda: la poesía jamás se encontró ni muy cerca ni muy al alcance del ciudadano de a pie. ¿O acaso tuvo éste alguna vez, a diferencia de aquella «inmensa minoría», tiempo para el aburrimiento? La ímproba tarea de ganarse los garbanzos le privaba del beneficio burgués de la ociosidad. Y si tenemos en cuenta (recuperamos ya el presente) que de la ociosidad asoma (cuando asoma) el pensamiento (mecanismo sólo activado en raras ocasiones, cuando a alguien le da por pensar) no debería extrañarnos que el sistema invente mil artimañas con el único fin de que al sapiens común le sea de todo punto imposible dar rienda suelta a su tan natural y querido vicio. Por si las moscas. ¿Han reparado ustedes, sin ir más lejos, en cómo los televendedores o los vendedores a domicilio (que todavía los hay) no le dejan a uno meter baza, más aún, en cómo no se les escapa en su cacofónica charlatanería ni un solo segundo de silencio? ¿Se han preguntado por qué? Efectivamente. Su misión consiste en evitar a toda costa que el cliente, el comprador en potencia, disponga de la más mínima pausa que pueda dar lugar a la más mínima reflexión y que, por tanto, acabe por emitir esas palabras tan temidas: «no, mire, no, no me interesa». Discúlpennos la analogía, pero nos viene al pelo. Resulta claro que el estado de cosas actual, salvando las distancias, emplea muy pero que muy hábilmente la citada técnica contra el ciudadano, su «comprador en potencia», y también que sólo cierta clase privilegiada puede dedicarse para sí un tiempo verdaderamente libre, dado el alienante y absorbente empeño, a menudo infructuoso, que una mayoría está obligada a invertir en pagar al banco y, además, poner las lentejas sobre la mesa. ¿Les suena esta radiografía? Sentimos ser tan agoreros, pero el que los tiempos parezcan abocados a desaparecer más allá del post, en el post-tiempo infinito, nos pone el vello de punta. Y el que la poesía vaya a correr la misma suerte. Imagínense un mundo sin tiempo y sin poesía. ¡Puf! Así que ahora, en este punto, como nos hemos dado cuenta de que nuestro pequeño manifiesto está, menos de lo que hubiéramos querido, plagado de obviedades y fórmulas manidas, añadiremos otro garbanzo al potaje, por retomar la manía de la legumbre: si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Si salvaron (al menos de momento) a las ballenas, ¿por qué no pueden salvar la poesía? Conminamos aquí a que de una vez se haga una poesía visible. Nos importa un bledo su temática o su estética, su lluvia en los cristales, su nacer entre dos pausas, su resaca mañanera o su arma cargada de futuro. Se trata de llevar la poesía a la calle, hacerla perfomativa, dramática, descarada e invasora. Se trata de hacer una poesía metomentodo, una poesía que zancadillee, que se eche encima, que acaricie, que bese, que sobe, que golpee, que escupa, que chupe, que insulte o piropee, que ría o que llore si es preciso sobre el lector improbable, sobre el pecho y el hombro del eterno desconocido, una poesía que se meta sin llamar en todas las casas, comercios, institutos, facultades, hospitales y centros de trabajo, una poesía al fin corpórea que asalte los sentidos de la gente para la que casi nunca han escrito los poetas, esa gente que, por falta de tiempo, en su vida llegará a descubrir que la poesía le afecta y le es necesaria si no es con el concurso de una nueva estirpe de líricos que sin duda está por nacer y que hoy reclamamos aquí. ¡Poetas, háganle a esa gente de una vez la poesía visible y luego déjenle la última palabra!

                                                                                                  Vena Juglar